MIEDO...

Estaba dormida, dulcemente dormida. El ruido le hizo dar un salto y el susto casi le hace caer de la cama…
No sabía que pasaba, era demasiado, ¿habría entrado alguien en su casa?. Los ruidos cada vez eran más insoportables, era como si un oso estuviera acosándola, esperando a que se moviera para atacarla. Ni siquiera se atrevía a respirar, el pánico le impedía pensar con claridad. No sabía que hacer, era superior a ella.
No quería provocar ninguna reacción de la bestia, tenía que hacerlo muy lentamente…Quería avisar a su marido, advertirle del peligro.
Se dio media vuelta en la cama, muy despacio, le temblaba todo el cuerpo.
Y ahí estaba él, dormido, dulcemente dormido. La boca abierta, con un hilillo de babilla, provocada por sus sueños. Estaba de lado como mirándola, pero con los ojos cerrados. Durmiendo a pierna suelta, sin enterarse de nada…
¡Pero como se iba a enterar!, sus propios ronquidos lo debían tener completamente incomunicado con el resto del mundo. Y ella temblando como una posesa y el único oso que había en su cuarto, era su marido. Roncando como un animal, era demasiado, ¿pero como podía soportar esa especie de estertores sin romperse la laringe?.
Se lo quedó mirando y le tapo la nariz, con fuerza, esta vez sin ningún miedo, incluso disfrutando del momento. No le perdonaba el rato que le había hecho pasar.
A los pocos segundos el oso había desaparecido, volvió el silencio. Se dio media vuelta y siguió durmiendo dulcemente…